domingo, 29 de septiembre de 2013

Maestría en fracasos



Cuando uno fracasa, lo primero que hace es tratar de esconder este suceso a toda costa.

“Que nadie se entere”, “mejor me alejo un poco de todos para que pase esto y nadie lo sepa”, “lo bueno fue que casi nadie se enteró”… Éstas son algunas cosas que pensamos respecto al mal momento que pasamos. 


La buena noticia es que todos, en algún momento, hemos saboreado, sí, saboreado –porque el fracaso sabe a vergüenza, a frustración, a dolor, a desesperanza- el fracaso, y la excelente noticia (porque no hay malas) es que algunos tenemos maestría en esto.


¿Que está mal? ¿Que estoy loca por llamarle maestría? No, no me malinterpreten… les comparto mi visión: dicen que tras la tormenta, llega la calma, ¿no? Y que cuando más oscuro está, es porque va a amanecer, ¿cierto?


Pues la novedad es que quien tiene una maestría en fracasos está por comenzar un doctorado en triunfos.



Quien se ha animado a fracasar, no una, sino cientos de veces, está más próximo a saborear, sí, saborear el éxito, porque de tantas veces caer, ya sabe cuál es la mejor manera de levantarse.


¡Vaya, ya se ha perdido el miedo al ridículo! Y lo mejor, cuando no nos importa, dejamos que la gente se entere, y qué logramos: que nos respeten, porque nosotros hacemos algo que la mayoría no intenta: nos arriesgamos. Creemos en algo y vamos por ello. No importa las consecuencias.


Yo estoy convencida que eso es vivir, eso es ser fiel a uno mismo… y que el éxito, más allá de conseguir el bien material que deseamos, está en que somos unos luchadores, unos perfeccionistas del fracaso, que, en realidad, no es otra cosa más que un triunfo…. Sí, triunfos porque no nos defraudamos, porque no nos quedamos detrás de un escritorio, una puerta, un “quiero hacerlo, pero…”, no, nos decidimos y decimos: ‘Ok, lo haré’. En ese momento, antes de que las cosas no salgan como planeamos, ¿a poco no nos sentimos vencedores, conquistadores, por tan sólo intentar? Hay muchas personas que no saborean el triunfo ni siquiera en esos momentos, porque son cobardes, porque todo los detiene.


Yo he fracasado, y mucho, pero hoy puedo decir que desde hace tiempo he comenzado mi doctorado en triunfos, porque no sólo he conseguido metas, gracias a mi valentía y confianza en mí, sino que también mi percepción es otra: soy una vencedora por el sólo hecho de no tener miedo al cambio, a intentar, a serme fiel a mí misma.


Un amigo psicólogo siempre me dice “el hecho es uno, cómo lo veamos es una decisión de cada uno”. En otras palabras, el fracaso es el hecho, cómo nos plantamos ante éste, es nuestra decisión.


Así que no se asusten de decir que tienen maestría en fracasos, pues pronto empezarán el doctorado en éxitos. ¡Venga, a sacar un 10! 

sábado, 28 de septiembre de 2013

No sueltes tu mano

¿Cuántas veces hemos oído la frase de que "hay que querernos a nosotros mismos, si no, nadie lo hará"? Seguramente un millón y, aunque la tenemos grabada en el inconsciente, nada hacemos para volverla una realidad. 

Por lo general, llenamos nuestros días y nuestra vida de promesas de lo que haremos: esta semana sí dejaré de comer de más, ya no fumaré, ya no tomaré refresco, ya no seré floja y me levantaré temprano, seré más positiva, ya no lo llamaré, ya no lo veré, etc, etc, etc... Un "etc" tan largo que nuestra autoestima se va al infinito junto con éste.

Pero la desilusión llega cuando al final del día, o de las semanas, meses y años, nos damos cuenta de que no cumplimos básicamente nada de lo que nos prometimos. Nos saboteamos. Y después de eso, nos empezamos, en el menor de los casos, a recriminar, a reprochar nuestra falta de voluntad, y, en el peor escenario, nos comenzamos a odiar y a deprimir.

Y esto se agrava, ¿sí o no?, cuando nos enteramos de que nuestro familiar, amigo, vecino o (¡el colmo!) alguien de la tele sí logró su meta. Pensamos en que cómo ellos sí pudieron y nosotros claudicamos a la primera. 

Ya en esta etapa, si decidimos no comer... agarramos más comida... si decidimos no fumar... nos echamos dos cajetillas, etc. Todo para castigarnos y demostrarnos que en verdad no podemos hacer las cosas. 

Pero es en este preciso momento cuando debemos ser fuertes y mandarnos, literalmente, al diablo... a ese susurro interno que nos dice que no valemos nada, que todo está perdido y que uno es un "loser". 

¡No nos abandonemos tan fácilmente! Claro, ya sé que me van a decir que es bien fácil decirlo, pero cómo se hace, pues, para empezar, cuando estos sentimientos lleguen, no permanezcas solo: descuelga el teléfono y llámale a alguien para comentar cualquier cosa, pon música alegre (la que te guste), abre la puerta y salte a dar una vuelta, abraza a tu perro o ve fotos de las épocas donde te sentías feliz... y en ese momento trata de perdonarte, de darte cuenta de que sólo te estás queriendo sabotear, porque es más fácil decir "no puedo", porque es más fácil que los demás te levanten.

Ten fuerza, piensa en las cosas que sí has obtenido y date una segunda oportunidad para volver a lograrlo. 

Seguro esta vez, si tienes en mente que el enemigo a vencer eres tú mismo, saldrás victorioso. No pienses en qué vas a hacer si fracasas, sólo céntrate en qué harás para festejar tu mayor triunfo: no abandonarte.